No fue educada para ser madre, pero llevaba en sus entrañas todos los dones que tiene una madre, me conocía de pies a cabeza naturalmente fui producto de su ser, supo darme calor en su regazo. Cuando me sentía invadido por un sentimiento perturbador recurría a ella a pedirle consejo y con aliento materno asumía mi pretensión como de ella. En mis momentos de soledad puedo invocar el recuerdo de su imagen y siento un gran consuelo. Me hace falta para contarle mis intimidades y era la única que me comprendía en esas cuitas desventuradas de mis emociones de mocedades. Hoy siendo adulto la comprendo más y me hace mucha falta, pienso que nos vamos a encontrar nuevamente porque ella me está esperando ansiosamente para reunirnos para que yo le siga contando todas mis inquietudes y ella cariñosamente me prestaba sus oídos escuchándome.
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