En mis años de mozalbete, cuando mi reloj biológico marcaba las seis de la mañana. Cuando estaba en el amanecer de mi vida y veía o escuchaba a un funcionario en los distintos medios de comunicación me sentía un liliputiense ante esa grandeza, admirando lo serio, adusto y circunspecto de sus actitudes y aptitudes y me formulaba un interrogatorio personal, ese señor debe saber y conocer bastante, ahora que ha transcurrido un tiempo puedo percibir y valorar que hubieron equivocaciones en algunas apreciaciones por mi inocencia cultural y cognoscitiva. Un funcionario tiene que conocer de historia y sobre todo de historia salvadoreña. Hay personas que dicen que no hay historia lo que hay son historias. La historia es la narración de acontecimientos pasados. Cicerón decía:” El que no conoce de historia toda la vida será un niño “Quizás soy un soñador, un romántico, un nefelibata, pero tengo una obsesión fija, sucesiva e ininterrumpida que nuestro país El Salvador va a seguir cambiando y en esos momentos me voy a remontar a mis creencias de mocedades, que la primera impresión se manifestaba como sinónimo de credibilidad. Deseo que este promontorio de palabras, se interpreten como sencillas recomendaciones empapadas de mucha estimación y afecto. Un consejo constructivo, productivo espontáneo y desinteresado hay que verlo como una asesoría sin costo alguno. Que el supremo creador y hacedor del universo derrame bendiciones y sabiduría a todos los salvadoreños. A Dios hay que pedirle sabiduría, lo demás viene por añadidura.
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