En mis años de mozalbete, cuando mi reloj biológico marcaba las seis de la mañana. Cuando estaba en el amanecer de mi vida y veía o escuchaba a un funcionario en los distintos medios de comunicación me sentía un liliputiense ante esa grandeza, admirando lo serio, adusto y circunspecto de sus actitudes y aptitudes y me formulaba un interrogatorio personal, ese señor debe saber y conocer bastante, ahora que ha transcurrido un tiempo puedo percibir y valorar que me equivoque en algunas apreciaciones por mi inocencia cultural y cognoscitiva. Mucha gente valora al ser humano por lo que parece, no por lo que es. La pregunta sería que hay que ser, para parecer, ser uno mismo, habría que ponerle algunos aderezos a la personalidad o simplemente que se vaya sin condimentos o edificar una imagen ficticia que es lo que se ve muy a menudo y el problema no es de rostros, es de máscaras y hay gente que es muy avispada utiliza una máscara para cada ocasión, lo delicado es cuando uno se descuida y le enrostran todas las máscaras. Mejor ser el arquetipo de uno mismo independientemente no genere ningún atractivo. Existe convulsión, la misma situación caótica de la incertidumbre hace que algunas personas expectoren paparruchadas y cantaletas desatinadas de una forma levantisca y peyorativa con cualquier cosa que emerja de la nada y provoque algún bienestar personal. El problema es que se conviertan en revanchas ingratas personales simplemente por una insatisfacción particular o un descontento del carácter. La gente se enzarzan en discusiones pueriles y se desfoga con quien no tiene nada que ver, pero es el mismo ambiente inflamado de no poder llenar las expectativas de su bienestar básico. Hay que tener mucha paciencia, la paciencia bíblica. Hay mucha polaridad en el país, se despotrican unos con otros se despellejan verbalmente, se lanzan pullas vilipendiosas, unos se llaman de derecha y otros de izquierda. Se acusan públicamente, se disculpan privadamente y comparten algún sarao. Comentan con sus prosélitos que ellos son los mejores y sus huestes ávidos de algún favor zalameramente festejan dichos éxitos efímeros. La vida política en el país es una fiesta, es desternillante, es diversión donde serpentean las mejores ideas fabricadas en las mentes de cada uno de sus productores , donde siempre están primando sus posiciones y sus pensamientos son de mucho calado y el que no se acomoda a esa fiesta lo ningunean. La gente que no está acostumbrada a festinar de esa manera mejor da un paso al costado. El peor engaño del político , es creer que la gente le cree, la gente es más inteligente les hace creer que les cree, por eso el político vive de las creencias. Nos estamos desgarrando, ningún político ha tenido el espacio de meditación y reflexionar como estamos perviviendo los salvadoreños. Que El Supremo hacedor del Universo tenga toda la misericordia para nuestro El Salvador. En este momento histórico de nuestro país, en muchos casos: El peor enemigo del salvadoreño es el mismo salvadoreño. El problema de los salvadoreños es esta abundancia de escasez en la que nos encontramos que no se ha podido interpretar como tal. Hago esta apostilla sin entrar a un escarceo dialéctico partidario porque no es mi estilo ni mis líneas son afiebradas ni confrontativas . No tenemos hoja de ruta, ni plan de acción, ni liana económica a que asirse Epilogando, es que son los dos partidos políticos mayoritarios de este terruño adorado son los que deciden el rumbo de el país donde el electorado les hemos depositado nuestra confianza, así como se pusieron de acuerdo para firmar la paz pónganse de acuerdo para resolver esta crisis económica que nos agobia y así serán doblemente recordados, sino la historia les va a cobrar esa deuda de entendimiento.
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